jueves, 16 de febrero de 2012

General de La Carrera

Morir matando en el corazón de Murcia

14.01.12 - PEDRO SOLER

Hace doscientos años, el general Martín de la Carrera sucumbió a los disparos de soldados franceses en la calle San Nicolás de Murcia




Antes de fallecer, «tenía a sus pies a varios enemigos destrozados por su sable»

En la plaza de Santa Catalina fue abandonado por sus tropas, que se replegaron ante el ataque de los franceses

Murcia estaba ocupada por el general Soult, que exigió nada más llegar «1.200.000 reales, paja, cebada, carne, pan, vino y legumbres»

En aquella crónica del 27 de febrero de 1912, Martínez Tornel enviaba, desde 'El Liberal', «un saludo para los murcianos del año 2012, cuando celebren el segundo centenario». ¿A qué centenario se refería? ¿Pensaba que se iba a celebrar? Entusiasmado por las tradiciones y los acontecimientos murcianos, aquel entrañable periodista, propietario y director de 'Diario de Murcia', había escrito días antes que «acercándose el centenario de aquella gloriosa inmolación, debemos preparar algo para celebrarla debidamente». Se trataba de la muerte del general Martín de la Carrera, en la calle de San Nicolás, el 26 de enero de 1812, durante la Guerra de la Independencia.

Aquel acontecimiento y la figura del general habían sido borrados prácticamente de la memoria murciana; pero a los setenta años de aquel trágico recuerdo, «aún se ve correr por las mejillas de los ancianos una lágrima de dolor, al recordar la muerte del desgraciado D. Martín de la Carrera, general de las tropas leales (...). Difícil le hubiese sido al jefe francés la salida de Murcia, si todos los subalternos hubiesen tenido la actividad, exactitud y audacia de su joven caudillo; pero, abandonado con solo cien caballos de su escolta, se lanzó en medio de una población ocupada por cuatro mil franceses; y si no pudo vencer, halló una muerte gloriosa, que fue sentida de todos los buenos españoles».

Así lo narraba, en el número del 1 de junio de 1873 'El Chocolate, revista de literatura, modas y pasatiempos', un entusiasmado visitante, que firmaba como J. L. S. 'La Paz' (11-4-88) también daba su versión del acontecimiento, y relataba que el general De la Carrera «cercado por seis coraceros en la plaza Nueva se defendió a sablazos, con gran heroísmo, hasta que herido de un pistoletazo, cayó del caballo, muerto; por lo que deducimos que la lucha debió de ser desde la plaza Nueva (hoy de San Julián) por la calle de Lencería hasta llegar al centro de la de San Nicolás, donde está la lápida que recuerda esta desgracia».

Pocos días antes de su muerte, el general Villacampa, que se encontraba en Murcia, supo que se acercaban las tropas francesas. Desarmó a la población y abandonó la ciudad. El 25 de enero de 1812, el general Soult entró tranquilamente en Murcia, y exigió la entrega, en el plazo de una hora, de «1.200.000 reales, cuatrocientas varas de paño, tres mil raciones, alojamiento, paja, cebada, carne, pan, vino, legumbres, y todo con un término limitado de horas». Solo percibió una pequeña parte, «porque el Ayuntamiento -explicaba el alcalde- estaba exhausto y la población esquilmada por los sacrificios que venía haciendo por nuestras tropas».

A sangre y fuego

Además, hacía poco se había sufrido una epidemia de peste. Los franceses volvieron al día siguiente. Soult se alojó en el Palacio Episcopal, donde también exigió que se le sirviese un banquete. Pero «cuando aquella gente estaba en el 'gaudeamus' de la abundosa mesa y del buen vino, se presentaron varios soldados, anunciando que los españoles habían entrado en Murcia a sangre y fuego. ¡Qué sorpresa! Todos los comensales se levantaron, apuraron la última copa y se aprestaron a la defensa». Así lo escribía Martínez Tornel, quien también aludía a la caída que sufrió Soult por las escaleras del Palacio, debido a que bebió más de la cuenta, igual que sus oficiales, pues «no todos estaban firmes». Pese a todo, el general francés pudo montar a caballo y ponerse al frente de sus tropas.

El catedrático de la Universidad de Murcia Baldomero Díez Lozano, en su opúsculo 'La ciudad de Murcia en la Guerra de la Independencia', publicado en 1931, narra que el general De la Carrera había decidido atacar desde los caminos de Churra y Espinardo. Ordenó que el general Yebra entrase en Murcia por Churra, para encontrarse ambos en el Arenal, hoy plaza de Martínez Tornel.

Según el parte del general español Nicolás Mahy, la entrada de La Carrera desde Espinardo hizo huir a la guardia francesa del Huerto de las Bombas. El combate se centró luego en el Arenal y en la plaza de Santa Catalina. Los franceses sobre los que había cargado el general español, «dando la vuelta por otras calles, lograron envolverlo y consiguieron al fin, introduciéndose en la columna, causar la mayor confusión entre las tropas españolas, que escaparon hacia al camino de Espinardo y abandonaron al general español, quien -contaba Mahy- «fué víctima en esta acción de su valor, pues defendiéndose murió vendiendo su vida bien cara, sin haber querido rendirse».

'El Periódico Militar del Estado Mayor General', que se publicó los seis primeros meses de 1812, insertó este parte y los del Brigadier Rich y del Duque de Frías, pero «variando alguno de sus conceptos para, sin duda, no herir susceptibilidades de los individuos o cuerpos de los que tomaron parte en aquella desdichada acción».

Según uno de los partes, «Yebra entró en Murcia como se le había mandado, después de arrollar los puestos avanzados que halló en su camino y entró a galope, tocando a degüello y la tropa toda». Pero las tropas francesas lograron dominarlo. Yebra, a quien le mataron el caballo, huyó a pie hasta Espinardo. De la Carrera, después de la carga en que rechazó a los jinetes franceses, siguió con todas las fuerzas que llevaba. Para el duque de Frías la confusión entre soldados españoles fue tal en Platería que se relegaron hacia Espinardo, para seguir hacia Molina, «dudando de la suerte del General». De la Carrera fue abandonado por esta sección de sus soldados, que, «arrollados por los jinetes franceses, no pensaron sino en salvarse». Los franceses derribaron a tiros al general en la calle de san Nicolás, «cuando tenía a sus pies varios de ellos destrozados por su sable».

El coronel prusiano Schépeler, en su obra historiográfica sobre el reinado de Fernando VII, escribió que «La Carrera se vio rodeado por seis franceses en la calle de Vidrieros. Su brazo derribó a dos; el heroísmo de su noble corazón no le consentía ni aún el pensamiento de salvar su vida entregando su fiel espada al enemigo; y un tiro le alcanzó a dar cerca de la plaza, en la calle de San Nicolás. Todavía combatió hasta su muerte, en cuyos brazos cayó como un caballero».

En toda aquella batalla en el corazón de Murcia entre tropas españolas y francesas solo murieron dos oficiales y nueve soldados españoles; otros cuatro, heridos, y otros cuatro, prisioneros. «La pérdida grande, la irreparable, fue la del general D. Martín de La Carrera, cuya memoria durará en nuestra patria todo el tiempo que las generaciones presentes y futuras conserven el espíritu en que siempre han sabido inspirarse en admiración al valor y al patriotismo sublimes que distinguieron a tan heroico y preclaro español». Una lápida en el lugar donde cayó muerto recordaba su heroísmo.

El 13 de enero de 1912, Martínez Tornel volvía a recordar la batalla, porque «el caso es que acercándose el centenario de aquella gloriosa inmolación, debemos preparar algo para celebrarla debidamente». Y en 'El Liberal' del día 25 escribía: «Al llegar este centenario, varios amigos míos y yo hemos restaurado la lápida, haciendo resaltar la breve suscripción con letras de oro; el dueño de la casa, señor marqués de Pacheco, ha accedido a nuestra petición de enlucir la parte de fachada en que está colocada la lápida; el ilustre maestro, señor Martínez Tomás, que tiene su escuela en el principal de dicha casa, se ha adherido al pensamiento, prometiéndonos poner colgaduras e izar la bandera nacional; el sabio párroco, don José Díaz Pérez, nos ha prometido todo lo que queramos en la iglesia y lo que permita la rúbrica en el sitio, de modo que en la iglesia se dirá una misa rezada, a las doce de la mañana, y después se rezará un responso al pie de la lápida conmemorativa. Esta estará adornada con guirnaldas de flores y una corona de laurel y palmas, habiéndose encargado de este adorno el joven floricultor de la Puerta de Castilla, señor Moreno».

Esquela gloriosa

El mismo día 26, 'El Liberal' publicaba en primera página una esquela en la que se recordaba al «mariscal de campo, D. Martín de la Carrera, que murió gloriosamente en esta ciudad, luchando con los franceses, a los 39 años». Los iniciadores del homenaje invitaban «a todas las autoridades, civiles, militares y eclesiásticas y al pueblo murciano» a la misa y al responso que se celebrarán, «en testimonio de su gratitud y patriotismo y para dedicar una oración por el alma de aquel ilustre militar, honra el Ejército y gloria de la Patria».

También se publicaba un poema de Diego Hernández Illán, que evocaba, primeramente, a héroes de la Independencia, como Daoiz, Velarde, Ruiz, Palafox, 'El Empecinado', el alcalde Móstoles, el general Castaños y Agustina de Aragón; el asalto a Gerona, Zaragoza y Madrid; y batallas como Bailén y Arápiles; después, el poema se ocupaba de Martín de la Carrera, quien « al caer asesinado / por la soldadesca atroz / gritó con todas sus fuerzas / ¡Viva mi pueblo español!».

Como estaba previsto, los actos organizados por Martínez Tornel se celebraron con presencia del gobernador civil, comandante militar, alcalde y el diputado Salvador Martínez Moya; también, comisiones y jefes militares de Murcia, el cabildo eclesiástico, párrocos y miembros de la Real Sociedad Económica. El alcalde informaba al Ayuntamiento, ese mismo día de haber estado presente en el modesto homenaje al «valiente patriota, héroe de la Independencia». Y añadía que no había tenido tiempo de contar con los concejales, ya que se enteró del acontecimiento a través de 'El Liberal'. Hubo quien se lamentó, porque no se hubiesen concedido mayores honores a la figura del general. Pese a todo, se aprobó que el Ayuntamiento se hiciera cargo de los gastos que había ocasionado el homenaje.

Martínez Tonel se mostraba en su artículo diario henchido de gozo. Tras la misa, con órgano y violín, se repartieron velas entre los asistentes, «se revistió de capa el arcediano, don Ildefonso Montesinos, y se puso en marcha la comitiva hacia el sitio donde está la lápida», junto a la que se veía «una magnífica corona de flor natural de la que, en forma de brazos salían dos simbólicas palmas. De dicha corona bajaba una preciosa guirnalda de flores y laurel, que casi rodeando la lápida y, cruzándose al pie como un lazo. Cosa fina y sencilla». También hubo altar. «Cuando la comitiva llegó a este sitio y se cantó un responso, presentaba la calle el aspecto de un cuadro emocionante. Era el silencio sepulcral. Todos los hombres, descubiertos, con la vista puesta en el venerable y anciano sacerdote, que rociaba con agua bendita y perfumaba con el incienso e los altares el sitio donde cayó el héroe y su nombre, desde ayer, grabado en letras de oro. En algunos balcones, señoras arrodilladas; en los de la casa del señor Martínez Tomás, un grupo de niños de su escuela».

Y «con el sonoro acorde del 'Requiescat in pace' terminó la ceremonia, volviendo la comitiva a la iglesia y disolviéndose en la puerta de ella». Martínez Tornel alababa "la representación de los buenos murcianos, que aman sus glorias y sus tradiciones». Y enviaba ese saludo a los murcianos que, en nada han recordado al glorioso general. http://ababol.laverdad.es/component/content/article/39-cajon/3146-morir-matando-en-el-corazon-de-murcia

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